Relato erótico: los infieles

jane-dice
Vamos a animar un poco el día con este sugerente relato erótico que nos ha enviado Pey.
Y los demás ¿a qué estáis esperando para enviarnos los vuestros?
Pey, ya estamos preparando tu regalo; por la calidad de tu trabajo no seria justo que dependieras de la suerte en nuestro sorteo.


LOS INFIELES

Teresa camina distraída por la Av. Diagonal mientras reflexiona sobre su vida a los 35 años. Es abogada en una prestigiosa firma y se pelea cada día por hacerse un hueco entre la horda de buitres que la rodean en el despacho.
Es atractiva, tiene buen tipo, viste bien y tiene carácter. Algunos de sus compañeros tontean con ella de vez en cuando, pero ella sabe que un desliz puede ser una zancadilla y se mantiene alejada de flirteos ocasionales.

Ricardo, su marido, es actor, tiene 40 años y se gana bien la vida con un horario de lujo. Trabaja solo a ratos y tiene un cierto éxito en la profesión. Eso le permite cuidar de Marina y Pablo, de 10 y 8 años, sus dos hijos. Sonríe cuando piensa en ellos, los ve venir a buscarla a la puerta cuando llega a casa, algo que hacen cada día desde que aprendieron a caminar.

Y aunque la relación con Roberto es satisfactoria, hace un par de semanas que se siente rara. La semana pasada, casi sin darse cuenta, se encontró tonteando con Jordi, el guarda del párquing, un chico atractivo de 28 años que siempre la saluda por la mañana. Hasta entonces, se había limitado a un “Buenos días, Jordi” y poco más. Pero la semana pasada había salido antes de casa y le dió conversación. Jordi era simpático y en 5 minutos la había hecho reír un par de veces. Cuando se quiso dar cuenta le oyó decir “Salgo a las 5, si te apetece podemos tomar un café y seguimos hablando”. “Gracias, Jordi, en otro momento”. Entró en el coche con un cosquilleo en el estómago y la piel de gallina. “Se me han erizado los pezones, menuda cría”.

Y hoy, mientras camina hacia El Corte Inglés, como cada vez que tiene un mal día, recuerda esa sensación de dejarse llevar y que alguien que no conoce la haga volver a sentirse deseada. Hace tiempo que se acabaron los besos de tornillo y los polvos rápidos que le dejaban las mejillas encendidas y los labios hinchados.

Cuando salía con Ricardo incluso se compró un llavero metálico para bajar la hinchazón de los labios…le gustaba la sensación de frío después de hacerlo en el ascensor o en los lavabos de la discoteca. Ahora ya no lo necesitaba y lo echaba de menos. Por eso, últimamente se había sorprendido a si misma imaginándose acosada por Jordi o por el técnico informático o el del kiosco. Como el argumento de una peli porno de bajo presupuesto. Qué gracia. Al menos comprar la distrae de todas estas sensaciones.

Sube a la sección de señora y deambula por las boutiques paseando la mirada por los nuevos modelos de temporada, que si vuelven los marrones éste invierno, las botas de punta redonda…y las faldas cortas, su pieza favorita de invierno. Coge su talla en un modelo cuadro Gales y se dirige al probador.

No se da cuenta del hombre que se acerca por detrás y la empuja hacía el fondo del probador mientras le tapa la boca con la mano. Extrañada y excitada, apenas se resiste, algo en el aroma de esa mano la hace sentirse segura. Él la hace entrar en el probador y cierra la puerta, la coge por la cintura y al darle la vuelta la besa en la boca.

Él lleva gafas oscuras y su boca tiene un sabor dulce. Le quita el abrigo mientras la besa y le coge un pecho con fuerza. Apenas se resiste, está excitada y asustada pero siente más curiosidad que miedo al lado de éste hombre extraño. Se desabrocha la blusa mientras él le levanta la falda y la acaricia suavemente por encima del encaje de las bragas. Suerte que hoy me he puesto el conjunto nuevo, piensa tontamente, uno morado con un culotte de encaje precioso. Respira con fuerza y cierra los ojos, sin saber ni donde está en ese momento.

De repente, él le arranca el culotte y se lo acerca a la nariz mientras le besa los pechos, luego se lo guarda. Un pensamiento fugaz por los 60€ del culotte se desvanece en el momento en que él le acaricia el clítoris con una extraña dulzura. Ya todo le da igual, le desabrocha el pantalón pero él no le permite seguir. Le da la vuelta y la hace apoyarse contra el espejo del probador. Mientras le muerde el cuello y le pellizca los pezones, nota como él se desnuda detrás de ella y la penetra suavemente.

Ella no entiende dónde estaba escondido todo el placer que ahora siente y solo desea que dure para siempre. Normalmente aguanta bastante pero se da cuenta de que está a punto de correrse y siente fastidio por lo poco que va a durar. Intenta girarse para poder jugar con él y así alargar el placer que siente, pero él se lo impide.

Mientras le acaricia un pecho, baja la otra mano y le acaricia con fuerza el clítoris mientras la penetra. Ya no puede más. Cuando le llega el orgasmo, él le tapa la boca para evitar que todos los vendedores de la planta se presenten allí. Y, sin poder evitarlo, le muerde la mano mientras uno, dos, tres, cuatro espasmos le hacen sentir un suave dolor en la frente y la dejan exhausta y sudorosa apoyada en el espejo.

Abre los ojos lentamente, los nota cansados por el esfuerzo de reprimir los gemidos, y detrás suyo no hay nadie. Se sienta en el banco, nota el frío de la madera en el culo y se da cuenta de que no lleva bragas.

De repente se despeja y se da cuenta de lo que ha pasado. No entiende por qué se ha dejado llevar, en qué estaba pensando cuando no protestó…pero no puede evitar sonreír al pensar que ha vuelto a sentirse viva y salvajemente libre. Y que nadie tiene porque saberlo. Ha sido algo que no va a afectar en nada a su vida diaria, se dice, una experiencia aislada que algún día podrá explicar a sus nietos de forma anónima.

Sonríe mientras se viste y piensa que tiene que comprarse otras bragas para volver a casa. Cuando sale del centro comercial nota el frío de la tarde en las mejillas y lo agradece mientras pasea hasta su casa.

Cuando llega, los niños vienen corriendo por el pasillo empujándose por ser el primero en darle un beso y se siente afortunada. “Y papá?” “En la cocina, hoy toca espaguetis!!”, contestan a la vez.

Cuando se acerca a Ricardo presiente que él no lo entendería, pero se siente segura y confiada porque sabe que él está enamorado de ella. Se lo ha demostrado muchas veces y para ella es como volver a un refugio después de una tormenta. Por eso, se acerca por detrás y le da un azote en el culo mientras le da un beso en la nuca. “Me doy una ducha y pongo la mesa, vale cariño?” Él se gira y le guiña un ojo. Cuando ella se aleja la sigue con la mirada y sonríe al probar la boloñesa.

Después de cenar y acostar a los niños, ella se acerca al sofá donde Ricardo está leyendo unos apuntes de psicología. Estudia a través de la UNED y le queda un año para acabar. Está muy concentrado cuando ella se estira a su lado y se acurruca con la cabeza en sus muslos. Él le acaricia la cabeza suavemente y ella sonríe satisfecha. Está a gusto a su lado y hoy se siente cariñosa, no porque se sienta culpable sino porque le apetecen unos mimos suaves y tranquilos.

Él le pregunta qué tal el día y al girar la cabeza para mirarlo a los ojos nota un bulto en el bolsillo del pantalón. Se alegra de verme, piensa ella, pero al apoyar la mano se da cuenta de que no es eso. Mientras él la mira, ella mete la mano en el bolsillo y toca algo sedoso. Cuando saca la mano, una puntilla de color morado aparece entre sus dedos y se le hiela la sangre.

Lentamente, sube la mirada hacia Ricardo esperando lo peor. Cierra los ojos mientras se gira y al abrirlos se encuentra con la mirada brillante de Ricardo, una sonrisa cariñosa y sus labios susurrándole “te quiero, Teresa”.

Moraleja: cuidado con los probadores de El Corte Inglés, son muy peligrosos.
Pey

  No os perdáis el segundo relato erótico de Pey: Los fieles.

¿Qué os ha parecido? A mí me ha gustado mucho. Muchas gracias, Pey.

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